jueves, 3 de noviembre de 2011

ROSAS


La cabeza caída sobre su pecho,
y los ojos cerrados sumidos en sueños,
cansada del trabajo y de las penas,
¡quien sabe en que nube ella es viajera!.
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Los cabellos ya blancos revolotean,
entre sus manos arrugadas que transparentan,
unas venas azules que son caminos,
a seguir como todos dulce destino.
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Su vida fue quimeras e ilusiones,
que quedaron trochadas como las flores,
aquel hijo garboso que fué su vida,
y que la dejó sola por su familia.
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Cuando ella despierte,
solo manos piadosas la entretienen,
queridas monjas que a los ancianos,
ciudan como a las rosas.
Dedicada a la Hermana Consuelo.
Zurich (Suiza), 1 de mayo de 1978.

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